Salmón con mandarina
Malucha PintoPublicado el 13 de Marzo, 2012
Jueves de noche con luna llena
Láncese desnudo y sin oxigeno al mar tormentoso
azul
profundo
(Ese mar en el que viven monstruos marinos y sirenas peligrosas. ¿Se atreve?)
Detecte con sutileza un cardumen de salmones. Con buen ojo y poca vergüenza descubra a la salmona más bella y lustrosa.
Atráigala con cantos y poesía de Benedetti
Una vez que la tenga en sus manos admírela
acaríciela
(como nunca antes ha acariciado)
Háblele al oído
dígale que se la quiere comer entera
disfrutarla
saborearla con la punta de la lengua
Póngala en una bandeja de plata antigua y espléndida y déjela ahí macerarse con sal del mar rojo y leche recién ordeñada. Agregue unos ajillos blancos previamente cortados por el filo certero de un buen cuchillo, algo de cilantro, no demasiado. Que ella repose y absorba las fragancias y sabores.
Viernes azul de amanecida:
Usted salga al campo dejándose guiar por su olfato profundo. Cuando sienta olor a mandarinas, ¡entréguese! Llegue hasta ese árbol de hojas puntiagudas y espinas imperceptibles pero peligrosas. Trepe como si se le fuera la vida hasta el brazo más alto. ¿Ve esa mandarina brillante, anaranjada? ¿Siente su aroma? ¡Cójala de un zarpazo! Ella será la que abrirá el misterio e irán cayendo de a una en una las redondas de cáscara blanda. Cuanto tenga cincuenta preciosas y olorosas, busque un canasto y lléveselas.
Viernes caliente, bajo el sol del mediodía:
Ya en la cocina, pártalas y gócelas. Embelécese con sus colores, apriételas suave y llénese la boca de su jugo agridulce. Cuando por su sangre navegue la esencia de esas frutas celestiales, adéntrese en su carne y extraiga ese jugo divino.
Viernes a la hora del lobo:
Llegó la hora de encontrarse la salmona colorada con el jugo oloroso de la fruta. Antes acaricie a la anímala de mar con mantequilla fresca. Hágalo por fuera y por dentro, sin olvidar un solo poro, un solo recodo de existencia. Luego derrame, lento, lento, la mitad del zumo naranja y dulce. Déjelos ahí conocerse, amalgamarse, desentrañarse. No los mire, haga como que no escucha el coloquio febril de la cópula perfecta. Usted, encienda el horno, no demasiado. Que sea a un ritmo lento y sostenido.
Viernes noche profunda:
¡Llegó la hora bendita! La boca del horno espera para completar la magia. Introduzca a la salmona como bailando, con esmero y delicadeza. Esté muy atento. Ni un minuto más, ni uno menos. Y mientras ella se cocina sin apuro, usted con el jugo que guardó, haga una salsa con maicena.
En una olla pequeña deje caer el zumo de las mandarinas olorosas y vaya agregando el polvo blanco y suave que luego se hará espeso. No deje de revolver y susurrar arrebatos, inmundicias, bestialidades que despedacen y hagan reír a carcajadas. Al final un golpe de vodka y algo de jengibre recién rallado.
La bella ya está lista, casi cruda, apenas cocida. Sobre ella derrame la salsa y espolvoree un algo de chasca indómita de un cebollín recién cosechado.
Buen apetito.
Láncese desnudo y sin oxigeno al mar tormentoso
azul
profundo
(Ese mar en el que viven monstruos marinos y sirenas peligrosas. ¿Se atreve?)
Detecte con sutileza un cardumen de salmones. Con buen ojo y poca vergüenza descubra a la salmona más bella y lustrosa.
Atráigala con cantos y poesía de Benedetti
Una vez que la tenga en sus manos admírela
acaríciela
(como nunca antes ha acariciado)
Háblele al oído
dígale que se la quiere comer entera
disfrutarla
saborearla con la punta de la lengua
Póngala en una bandeja de plata antigua y espléndida y déjela ahí macerarse con sal del mar rojo y leche recién ordeñada. Agregue unos ajillos blancos previamente cortados por el filo certero de un buen cuchillo, algo de cilantro, no demasiado. Que ella repose y absorba las fragancias y sabores.
Viernes azul de amanecida:
Usted salga al campo dejándose guiar por su olfato profundo. Cuando sienta olor a mandarinas, ¡entréguese! Llegue hasta ese árbol de hojas puntiagudas y espinas imperceptibles pero peligrosas. Trepe como si se le fuera la vida hasta el brazo más alto. ¿Ve esa mandarina brillante, anaranjada? ¿Siente su aroma? ¡Cójala de un zarpazo! Ella será la que abrirá el misterio e irán cayendo de a una en una las redondas de cáscara blanda. Cuanto tenga cincuenta preciosas y olorosas, busque un canasto y lléveselas.
Viernes caliente, bajo el sol del mediodía:
Ya en la cocina, pártalas y gócelas. Embelécese con sus colores, apriételas suave y llénese la boca de su jugo agridulce. Cuando por su sangre navegue la esencia de esas frutas celestiales, adéntrese en su carne y extraiga ese jugo divino.
Viernes a la hora del lobo:
Llegó la hora de encontrarse la salmona colorada con el jugo oloroso de la fruta. Antes acaricie a la anímala de mar con mantequilla fresca. Hágalo por fuera y por dentro, sin olvidar un solo poro, un solo recodo de existencia. Luego derrame, lento, lento, la mitad del zumo naranja y dulce. Déjelos ahí conocerse, amalgamarse, desentrañarse. No los mire, haga como que no escucha el coloquio febril de la cópula perfecta. Usted, encienda el horno, no demasiado. Que sea a un ritmo lento y sostenido.
Viernes noche profunda:
¡Llegó la hora bendita! La boca del horno espera para completar la magia. Introduzca a la salmona como bailando, con esmero y delicadeza. Esté muy atento. Ni un minuto más, ni uno menos. Y mientras ella se cocina sin apuro, usted con el jugo que guardó, haga una salsa con maicena.
En una olla pequeña deje caer el zumo de las mandarinas olorosas y vaya agregando el polvo blanco y suave que luego se hará espeso. No deje de revolver y susurrar arrebatos, inmundicias, bestialidades que despedacen y hagan reír a carcajadas. Al final un golpe de vodka y algo de jengibre recién rallado.
La bella ya está lista, casi cruda, apenas cocida. Sobre ella derrame la salsa y espolvoree un algo de chasca indómita de un cebollín recién cosechado.
Buen apetito.